¿Por qué ciertos parques urbanos son rechazados por la población?

A pesar de las grandes inversiones y de la promoción institucional, muchos parques urbanos de nueva creación no logran conectar con la ciudadanía. Lejos de convertirse en espacios de encuentro y disfrute, acaban siendo lugares vacíos o infrautilizados. ¿Por qué ocurre esto?
A continuación analizamos algunas de las principales causas del fracaso funcional de estos espacios públicos, con especial atención al contexto urbano en España.
Planificación ineficiente y diseño inadecuado
Uno de los errores más habituales en la planificación de parques urbanos es destinarles zonas residuales, es decir, espacios que no pueden ser urbanizados por sus condiciones físicas (pendientes, riesgos, servidumbres) y que, como última opción, se convierten en “zona verde” sin un verdadero propósito de uso. Esta localización periférica o poco accesible los aleja de los recorridos cotidianos de la población, dificultando su integración en la vida diaria del vecindario.
El diseño arquitectónico de un parque influye directamente en que sea un espacio de atracción o repulsión. Si estos espacios presentan un diseño poco acogedor logrará restringir los usos en lugar de fomentarlos. Además, muchos parques se diseñan pensando más en su aspecto visual que en su funcionalidad social. Como ya advirtió William H. Whyte, “es difícil diseñar un espacio que no atraiga a la gente, pero es notable lo a menudo que se consigue”. Bancos escasos, falta de sombras o recorridos que no conectan con las necesidades reales del usuario convierten al parque en un lugar de paso, no de estancia.
Un diseño exitoso debe responder a las necesidades reales: descanso, juego, socialización, deporte o contacto con la naturaleza. También debe adaptarse al clima local, incorporando zonas de sombra en verano o refugios frente a la lluvia. Diseñar un parque no es solo trazar senderos y plantar césped: es necesario crear condiciones de confort climático y bienestar, y el arbolado debe ser una prioridad, no un elemento decorativo residual. La ausencia de arbolado o su deficiente disposición puede derivar que la mayor parte del día, el espacio se convierta en un logar hostil para la población.
Falta de accesibilidad y conectividad
Un parque solo funciona si es fácil llegar a él y recorrerlo. Aunque la normativa española garantiza la accesibilidad física, no siempre se cumple con la conectividad funcional y visual. Si un espacio está rodeado de muros, solares vacíos o vías sin pasos peatonales, será percibido como aislado o inseguro. La conectividad visual desde comercios o locales de hostelería favorece su uso y percepción de proximidad.
También es fundamental evitar barreras internas: escalones, caminos mal resueltos o recorridos poco intuitivos que dificultan la movilidad. Un buen diseño conecta el parque con los flujos peatonales del entorno, integrándose en la red urbana.
Percepción de inseguridad
La seguridad es clave para que un parque sea utilizado. Si el espacio está mal iluminado, tiene rincones ocultos o carece de vigilancia, es probable que muchas personas, especialmente mujeres, menores y mayores, se evite.
Este problema suele tener origen en errores de diseño: exceso de vegetación opaca, senderos escondidos o falta de visibilidad entre zonas. También influye su ubicación: si el parque está alejado del tejido urbano activo o junto a zonas conflictivas, la percepción de inseguridad se multiplica.
Mantenimiento deficiente
Es habitual que los concursos de diseño y ejecución de parques no contemplen adecuadamente su mantenimiento posterior, lo que se traduce en deterioro progresivo: vegetación seca, bancos rotos, fuentes sin funcionar, papeleras llenas…
Un parque con un mantenimiento complejo o caro, puede conllevar a un mal mantenimiento lo que transmite una visión de abandono y desincentiva su uso. Además, puede convertirse en un foco de incivismo y vandalismo, agravando aún más su degradación.
Carencia de servicios y usos atractivos
Un parque sin vida es un parque vacío. Si no existen juegos infantiles, zonas deportivas, circuitos de paseo, áreas para perros o puntos de encuentro como cafeterías o quioscos, difícilmente atraerá usuarios diversos.
Además, la programación de actividades culturales, deportivas o sociales puede ser clave para dar conocer dicho espacio y dinamizarlo, generando comunidad y a la larga fomentar un uso constante.
Conclusión
La creación de un nuevo parque urbano no garantiza por sí sola el éxito. Aunque pueda resultar visualmente atractivo y especialmente útil para notas de prensa e inauguraciones, si no responde a las necesidades reales de la población local, corre el riesgo de convertirse en un espacio infrautilizado y, por tanto, en un ejemplo de mala inversión de recursos públicos. Para que un espacio verde funcione y sea acogido por la ciudadanía debe ser accesible, seguro, bien diseñado, mantenido y vivo. Más allá de cumplir con métricas de superficie verde por habitante, es necesario pensar en el uso real, cotidiano y plural de estos espacios.
Desde Tysgal Medio Ambiente, abogamos por una planificación integrada del espacio público, basada en la participación vecinal y en criterios de sostenibilidad, funcionalidad y calidad de vida. Porque un parque no solo es un pulmón verde: es un espacio de convivencia, salud y pertenencia.